Procedencia: Lérida
Profesión: Ilustrador
Nueve viñetas bastaron a Miguel Gallardo y Felipe Borrayo para contar la
historieta 'Revuelta en el frenopático', que en 1977 trajo al mundo,
concretamente a las páginas de la revista musical Disco Express , a
Makoki, el héroe de cómic más rompedor de los años de la Transición. En
dicha historieta, tras recibir una extraordinaria y transformadora
descarga eléctrica, Makoki se rebelaba contra el médico que le aplicaba
un electro-shock, contra el robusto celador que le asistía y contra la
monja Custodia, para luego asaltar la farmacia del manicomio junto a un
selecto grupo de internos y vaciar a la carrera su reserva de
inyectables y pastillas. Ataque libertario al orden establecido,
exaltación de lo marginal o las maneras expeditivas y consumo de drogas:
un cóctel de regusto punk, servido con lenguaje de extrarradio y un
dibujo con ecos de E.C. Segar (el padre de Popeye) que anunciaba la
llegada de la llamada “línea chunga”, respuesta local a la formal “línea
clara” de Hergé, Jacobs y la escuela franco-belga de cómic.
Makoki, que hasta su desaparición - La muerte de Makoki (1994)- fue
siempre dibujado por Gallardo, contó tras aquellos episodios iniciales
con guiones de Juan Mediavilla. Desde su primera entrega se convirtió en
un clásico de la historieta contracultural española, en uno de esos
personajes que justifican y proyectan por sí solos la carrera de su
dibujante, y que en este caso venía acompañado por Emo, Cuco, Morgan o
el Niñato, “tipos peligrosos (pero con alma)”.
Pero Gallardo –Miguel Ángel Gallardo Paredes, nacido en Lleida en 1955, y
fallecido ayer, 21 de febrero, en su casa a primera hora de la noche, a consecuencia de
un proceso cancerígeno– ha sido mucho más que el padre de Makoki. Ha
sido también el creador de personajes como Pepito Magefesa, Perro Nick,
Perico Carambola o Roberto España y Manolín, relacionados con la
tradición del cómic o el cine norteamericanos o con la de la historieta
española, para los que en ocasiones contó con guionistas como Ignacio
Vidal-Folch. Y, por tanto, fue una presencia constante, después de Disco
Express , en publicaciones como Star , El Víbora o Cairo . También ha
sido el autor de la novela gráfica María y yo , una luminosa y
autobiográfica aproximación al mundo del autismo, que rubricó junto a su
hija, paciente de dicha enfermedad. O el firmante de numerosas portadas
e ilustraciones para la industria editorial, entre ellas las de los
libros infantiles que realizó junto a Victoria Bermejo. O el coautor,
con su padre Francisco Gallardo, del álbum Un largo silencio , en el que
revisaba los años más oscuros del franquismo. O un cartelista e
ilustrador de primer orden, como saben bien los lectores de La
Vanguardia (donde empezó a colaborar hace treinta años) o El País , y de
publicaciones norteamericanas como The New York Times o The Newyorker .
Gallardo inició estudios en la Escuela Massana de Barcelona en 1974,
entró en un estudio de animación y después en Disco Expréss , donde pasó
de compaginador a dibujante. Durante esos primeros años de vida bohemia
en Barcelona, como antes en Lleida, Gallardo fue un insaciable y
ecléctico consumidor de imágenes, hasta formar su particular y
superpoblado panteón de maestros, en el que convivían clásicos del
dibujo moderno europeo, como Grosz, con autores relacionados con la
historieta y los dibujos animados como el ya mencionado.
Segar, con los grandes del cómic clásico norteamericano, con dibujantes
underground como Crumb o Shelton -de gran predicamento en la Barcelona
del tardofranquismo, donde ya operaban los Nazario, Mariscal o los
hermanos Farriol del Rrollo Enmascarado-, o con ilustradores como
Hirschfield e Irvin –cuyo estirado dandy Eustace Tilley, asociado a The
New Yorker , tantas veces reinterpretó Gallardo en caricaturas propias y
ajenas-… Y también con la ciencia ficción, las teleseries infantiles o
la pintura de la segunda mitad del siglo XX en EE.UU., del expresionismo
abstracto al pop, de Pollock a Warhol.
Gallardo compaginó a lo largo de su carrera la historieta y la
ilustración, poseedor de esta vasta cultura visual y dotado de una
curiosidad técnica muy atenta a las novedades, que le llevó del lápiz y
la tinta al gouache, y de ahí a la exploración de todas las
posibilidades formales y cromáticas que ofrecía el dibujo asistido por
ordenador, ámbito en el que fue un precursor en continua evolución.
La publicación de María y yo (2007) propició un cambio y una ampliación
en la trayectoria de Gallardo. Esta crónica de unas vacaciones en un
hotel de Canarias con su hija autista, entonces de doce años, ofrece una
reveladora aproximación al mundo del autismo. Lejos de caer en la
sensiblería o de invitar a la compasión, María y yo presenta la
enfermedad de un modo natural, esclarecedor, bienhumorado y sin
estigmas. Soy única, como todos los demás , leemos en la camiseta que
viste María en esta obra, traducida a una decena de idiomas, que tuvo su
versión cinematográfica, dirigida por Félix Fernández de Castro, una
secuela – María cumple 20 años (2015)-, y de paso convirtió a Gallardo
en divulgador y conferenciante sobre el autismo. También en un
historietista capaz de abrirse a nuevos e insospechados públicos.
En el reciente álbum 'Algo extraño me pasó camino de casa' (2021),
Gallardo narró su experiencia particular tras serle diagnosticado –y
extirpado- un tumor cerebral, cuyas posteriores reproducciones han
acabado ahora, menos de un año después, con su vida. Como siempre, y
pese a la gravedad de su caso, Gallardo lo afrontó con humor, con gran
capacidad expresiva y con el mismo afán de comunicación que ha
caracterizado su cerca de medio siglo de trayectoria como dibujante que
disfrutaba dibujando y, por tanto, dibujaba sin parar. Cuantos le
trataron al inicio de su andadura (cuando en su tele estropeada sólo
aparecía Makoki pintado a rotulador sobre la pantalla), cuantos le
siguieron en distintas etapas creativas y apreciaron su talento versátil
lamentarán hoy su temprana partida.
[Fuente: Llàtzer Moix para lavanguardia.com -Enlace original-]
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